miércoles, 2 de enero de 2008

El Antronauta

Penúltima estación – El Crucero

Por años avenida Irarrázabal fue vía crucis obligado para todos quienes buscamos antros descontaminados del carrete con sabor a plástico y alejados del “Think Tank” de la farándula (llámese a todo aquel sector que impostando la voz desde las radios de moda – Horizonte y Concierto, nos hablan de consenso, progresismo y Concertación, comen sushi y vibran con todo aquello que suene a electrónica y bossa nova).

Si se trataba de esquiar, no existía nada mejor que el recorrido noctámbulo por rincones como Bal Le Duc, subterráneo bailable cercano al Parque Bustamante. Donde encontrarse con espinilludos y producidos dobles de Morrissey, Nina Hagen, Dave Gahan, Cindy Lauper, Robert Smith y Brian Molko, es parte del menú.

Toma 1, bar cinéfilo estacionado frente al ex Teatro California. Carátulas de clásicos del cine pintadas en sus paredes y proyecciones de buenas películas, lo hacen un preciso boliche para calentar motores o quemar los últimos cartuchos.

Astronauta, tugurio que le da nombre a esta columna ubicado en la esquina de nuestra calle madre con avenida Italia. Antro por excelencia custodiado por el hijo del dueño – gordo incorruptible que jamás hizo una rebaja para entrar, a menos que se tratase de alguna coqueta parroquiana mostrando algo de teta. Excelente lugar donde aterrizar si de cazar se trataba. Su oscurísimo subterráneo otorgaba un valor agregado a la pesca. El no saber a quien te enfrentabas, a menos que subieras al primer piso a tomarte un copete o prendieran las luces finalizando la fiesta, hacía de este espacio una verdadera ruleta tanto para chupa sangres como para vampiresas.

El Crucero, aquí nos encontramos con una de las mejores locaciones para finalizar el slalom ñuñoíno. Covacha rockera siempre flanqueada por dos chascones que por luca, permitían la entrada al más bullicioso antro visitado por todo aquel que se jactara devoto de Iron Maiden, Black Sabbath, Deep Purple, AC/DC, Led Zeppelin y todas sus noventeras copias.

Imposible olvidar mi último descenso cruceriano acompañado de mi inseparable navegador que llamaré Ñoñaski (alter ego del alter ego). Ocasión en que después de haber pisado agua con caca y otras substancias hasta el hastío – dado que se habían rebalsado la única taza del baño - nos acercamos a la puerta a meditar sobre las opciones de continuar el sobrevuelo por Irarrázabal.

Debo mencionar que cuando son las cuatro de la mañana, la rola suena hasta el tope de los parlantes, te encuentras en la tercera escala del sobrevuelo y no sabes donde es el siguiente aterrizaje, tomar una decisión de esa envergadura puede llevar costosos minutos. Sobre todo si tu compañía es Ñoñaski, quien ante la pregunta: “Qué estay mirando conchatumadre” formulada por un calvo gigante, con dos minas colgando de sus brazos llenos de tatuajes y más duro que Cardemil leyendo los cómputos del plebiscito… responde: “A vos no, y al par de guatonas que sacaste a pasear… tampoco”. Es en ese momento cuando un prometedor panorama se puede convertir en la clásica trifulca del peor Spaghetti Western.

Desear a la mujer del prójimo, o en su defecto, despreciarla y más encima advertir lo fea que está a viva voz, y en presencia de su acompañante, significa violar una de las máximas del boliche rockero. De esta manera, Ñoñasky y quien firma esta bitácora comenzamos a degustar una ensalada de combos en el hocico, mangazos en el cuello y patadas furtivas hasta llegar a la vereda, y en plena cuneta, ir sumando convidados de piedra al cóctel de garrotazos.

Pero como buenos antronautas, una vez recuperados y haciendo caso a nuestra brújula, anclamos en una fiesta privada sólo cruzando la calle. Jarana que nos recibió como héroes luego de presenciar por las ventanas nuestra performance anterior. A esa altura nos estacionábamos definitivamente, nuestra nave no despegaba más, la pelea era comentario al otro lado de Irarrázabal, y en lo que me demoraba en pedir una piscola, observo a Ñoñasky campeonando con la primera improvisada enfermera que le ofrecía curar sus heridas.

Por Italo Franzani

3 comentarios:

Unknown dijo...

ERES UN GENIO NEGRITO LINDO,POR ESO ME ENCANTA LEER QUE CUANDO ESCRIBES ERES TAN CUERDO.

Pablo Brugnoli dijo...

buena historia, ¿quien tendra los anteojos?

Anónimo dijo...

si lo queris hacer real y sicodelico como era te faltaron alegrias de españa poh y hartas cosas más