lunes, 18 de febrero de 2008

ESE MAR QUE TRANQUILO NOS BAÑA (…)

MI MUNDO PRIVADO
Era pequeño y me encontraba de vacaciones, como cada año, en Algarrobo. Estábamos en la playa y de pronto llegó una bulliciosa y numerosa familia. Venían bien equipados: sillas de playa, canastos, un cooler (de esos de aislapol) y la clásica cámara de camión que superaba cualquier flotador existente a la redonda. Hasta el momento todo normal para mí, pero con el pasar de los minutos muchos de los presentes comenzaron a retirarse, otros se reubicaron y más de alguno fue por la policía, que sólo pudo prohibirles a los nuevos usuarios hacer picnic en el lugar.

Esa fue una de mis primeras experiencias en donde presencié la discriminación de los catalogados “jaibones” de aquellos años y la gente común, que es a la que sigo perteneciendo. Pese a todo, los visitantes no se hicieron mucho problema y disfrutaron bastante de la tarde.

Con el pasar de los años noté que los veraneantes eran unos de lunes a viernes y otros los fines de semana. Ahí supe que a muchos residentes no les importaba compartir “su playa” con la población flotante de cada sábado y domingo.


VERANO 2008
Ahora, varias décadas después, sentí una inseguridad total al caminar por el Balneario de El Quisco. Me dio rabia ver como gran cantidad de basureros estaban incendiados, toneladas de desperdicios esparcidos en sus calles y playas, como también millones de grafitis en rocas y casas de veraneo. En suma, nada nuevo desde hace un par de años.

Todo lo anterior, heredado de la cultura del “longui” o “flaite”. Esa categorización que se le da a personas que su postura en la vida es tomar pequeñas ventajas de todo para lograr conquistar una posición desafiante y amedrentadora, la que tratan de potenciar frente al resto de la sociedad. Son hombres y mujeres que adquieren ese comportamiento desde muy corta edad y frente al menor estímulo reaccionan de la única forma que conocen: la violenta.

Lamento escribir estas líneas, pero muchos ya son avezados delincuentes y que lo único que buscan es arruinarle la estadía al resto, lo que ha convertido a gran parte del litoral central en un lugar poco grato para un descanso tranquilo y reparador. Sé que la prepotencia del “cuico” es la otra cara de la moneda y que también puede ser tan o más molesta.

No sé me ocurre ninguna otra manera de terminar con esta situación sin restringir los derechos de estas personas, sobre todo en un país que ha vivido difíciles momentos por la intolerancia en la lucha de clases y en el afán de conseguir el poder político, pero esto se está yendo de las manos de las autoridades y de nuestra sociedad.

Por Patricioe
patricioeb@gmail.com

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